Nos esforzamos en buscar el silencio interior cuando los ruidos del entorno invaden nuestro espacio.
Nos hemos acostumbrado a vivir con ruidos. Llegamos a nuestro hogar y encendemos el televisor aunque no le prestemos atención. Cuando hacemos ejercicio o viajamos en transporte público escuchamos música con los auriculares. Cuando conducimos encendemos la radio. La calle está repleta de ruidos: bocinas, sirenas, motores, frenadas, gritos. Las monjas y los monjes r odeamos nuestra vida de silencio como instrumento para escuchar la voz divina que nos habla. Benito de Nursia, comienza justamente su Regla para Monjes con la palabra: “Escucha” (RB. Prólogo, 1). Toda la experiencia monástica es una búsqueda del silencio para desarrollar la capacidad de escucha. Sin embargo, el siglo XXI nos presenta nuevos desafíos. Muchas monjas y monjes, vivimos en la periferia de las ciudades o en el corazón de ellas. Los ruidos del entorno invaden nuestros espacios. Entre tantas voces, entre tantos ruidos, escuchar la voz divina no es fácil. Como Samuel podemos confundirnos (1Sam. 3). Nuestro desafío es ...