Una antiquísima propuesta para las nuevas crisis del cristianismo (parte 5)

 



Sobre la Filocalía

 

Anteriormente decíamos que la Filocalía se publica en 1872, es una recopilación de textos de los padres hesicastas que mencionamos en el capítulo anterior, realizada con la colaboración de Nicodemo el Hagiorita que vivió entre los años 1749 y 1809, monje en el Monte Athos y el obispo Macario de Corinto que vivió entre los años 1731 y 1805.

El objetivo de esta recopilación era poner en manos de todos los cristianos la doctrina de los padres hesicastas sobre la Oración de Jesús y la hesiquía. Me refiero a los cristianos ortodoxos pues la ruptura entre oriente y occidente en eses tiempos estaba muy agudizada.

Una oración que es producto de la sobriedad del intelecto y del corazón; es decir, un estado de vigilancia continua sobre los recuerdos y pensamientos que se originan en el intelecto y sobre los sentimientos y deseos que se originan en el corazón. Es decir, practicar una especie de “ayuno espiritual” donde nos privemos de recuerdos, pensamientos, sentimientos y deseos, todo ello orientado a la comunión con Dios. Es por esta razón, que la obra recopilada por Nicodemo se denomina “Filocalía de los padres népticos” es decir “padres sobrios”.

Filocalía significa “amor a lo bello” aunque también puede traducirse por “amor al bien”. Sin lugar a dudas, el título nos remite al relato creacional de Génesis “y vio Dios que era bueno” (Gn. 1:4.10.12.18.21.25), frase que se repite una y otra vez a lo largo del capítulo. La belleza y la bondad son características de la humanidad recreada, del paso de la humanidad vieja a la nueva, esa humanidad que es anhelada por la creación entera para ella también participar de la renovación, según nos enseña el apóstol Pablo:

“Porque la esperanza solícita de las criaturas espera la manifestación de los hijos de Dios. Porque las criaturas sujetas fueron a vanidad, no de su voluntad, sino por causa del que las sujetó, con esperanza que también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque ya sabemos que todas las criaturas gimen (a una), y (a una) están de parto hasta ahora. Y no sólo ellas, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción, es a saber, la redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8…19-23

La Filocalía recoge la experiencia espiritual y las enseñanzas de los padres  hesicastas a lo largo de diez siglos, inicia en el siglo IV con los padres del desierto y finaliza en el siglo XV.

La Filocalía tiene un hilo conductor, un eje que atraviesa toda la obra, enseña solo una cosa: el camino hesicasta a través de la Oración de Jesús, también llamada: oración del corazón, oración constante, oración incesante, oración hesicasta, oración centrante o meditación.

La Filocalía surge en una coyuntura histórica compleja bajo el dominio turco que pesaba sobre la cristiandad de oriente. No muy diferente a la compleja coyuntura que nos ha tocado vivir en este siglo XXI, cuando el cristianismo parece sucumbir ante la globalización, el consumismo, el individualismo, el ateísmo entre otros opresores, especialmente en occidente.

Así como la Filocalía significó para todo oriente un renacimiento espiritual de la mano del monje Nicodemo el Hagiorita, lo es también para nosotros hoy en occidente.

La Filocalía es la respuesta a la crisis que enfrentamos actualmente el cristianismo de occidente, así como lo fue en su momento al cristianismo de oriente; ella nos enseña que el desarrollo y la realización del ser humano está en su interior y no en el exterior. La realización no está en el tener o en el hacer sino en el ser. Está en su interior, en la acción del Espíritu Santo presente en el interior de cada persona, recordemos la enseñanza del apóstol Pablo en 2 Corintios 4:6-7:

“Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la claridad de Dios en la faz del Cristo Jesús. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la alteza sea de la virtud de Dios, y no de nosotros”

El camino para esta renovación está en la práctica de la Oración de Jesús que nos hace retornar a la gracia y nos conduce a lo único y verdaderamente importante: estar en la presencia de Dios.

 

 

 

 

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