Una antigua propuesta para las nuevas crisis del cristianismo (4)


 

Fundamentos de los padres monásticos para la oración hesicasta

 

Evagrio Póntico escribe en su Tratado práctico:

 

“No se nos ha mandado trabajar, velar y ayunar constantemente, mientras que sí tenemos obligación de orar sin cesar”

 

En los apotegmas de los padres del desierto encontramos la enseñanza de orar continuamente:

 

“El abad del monasterio que Epifanio, de santa memoria, obispo de Chipre, tenía en Palestina, le envió a decir: «Gracias a tus oraciones no hemos descuidado la Regla. Hemos rezado cuidadosamente tercia, sexta, nona y vísperas». Pero el obispo le contestó: «Veo que hay horas en las que dejáis de hacer oración. El verdadero monje debe orar sin interrupción, o al menos salmodiar en su corazón».

 

Claramente Epifanio hace una rotunda afirmación: “El verdadero monje debe orar sin interrupción, o al menos salmodiar en su corazón”. En esta primera etapa donde se ponen los cimientos de la doctrina de la oración incesante, los padres utilizaban fundamentalmente versículos de salmos, como dan testimonio de ello muchos apotegmas.

 

Otro apotegma relata que:

 

“Unos monjes euquitas, es decir «orantes», vinieron un día a ver al abad Lucio, a Ennato. El anciano les preguntó: «¿Qué clase de trabajo manual hacéis?». Y ellos le dijeron: «No hacemos ningún trabajo manual, sino que, como dice el apóstol, oramos constantemente». (Cf 1 Tes 5,17). El anciano les dijo: «¿No coméis?». Y ellos contestaron: «Sí, comemos». Y el anciano les preguntó: «¿Y cuándo coméis, quién ora por vosotros?». De nuevo les preguntó el anciano: «¿No dormís?». Y contestaron: «Dormimos». «Y cuando dormís, ¿quién ora en vuestro lugar?». Y no supieron qué responderle. El anciano les dijo entonces: «Perdonadme, hermanos, pero no hacéis lo que decís. Yo os enseñaré cómo trabajando con mis manos oro constantemente. Me siento con la ayuda de Dios, corto unas palmas, hago con ellas unas esteras y digo: "Ten piedad de mí, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito" (Sal 51,1). ¿Es esto una oración o no?». Ellos dijeron: «Sí». El anciano continuó: «Paso todo el día trabajando y orando mental o vocalmente y gano unos dieciséis denarios. Pongo dos delante de mi puerta y con el resto pago mi comida. El que recoge aquellos dos denarios, ora por mí mientras que yo como o duermo. Y así es como cumplo, con la gracia de Dios, lo que está escrito: "Orad constantemente"». (1 Tes 5,17).

 

Este apotegma, plantea la tensión que se daba en algunos de los sectores del monacato egipcio y palestino, a cerca de la práctica de la oración como actividad prioritaria a otras, como por ejemplo, el trabajo manual.  Ante el desprecio de los monjes euquitas por el trabajo manual para dedicarse a la oración, el abad Lucio les demuestra que es posible orar y trabajar, que es posible con el producto del trabajo mantenerse y hacer obras de misericordia y que esas obras son tan importantes como la oración. De hecho, algunos padres enseñan que la práctica del amor es más importante que la oración y que el ayuno: El propio Señor Jesús pone la práctica de la solidaridad sobre todas las virtudes:

 

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui huésped, y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿O sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿O desnudo, y te cubrimos?  ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?  Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles; porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui huésped, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al tormento eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:31-46).

 

Otro apotegma relata que:

 

“Preguntaron unos al abad Macario: «¿Cómo debemos orar?». Y él les dijo: «No es preciso hablar mucho en la oración, sino levantar con frecuencia las manos y decir: "Señor, ten piedad de mi, como tú quieres y como tu sabes". Si tu alma se ve atribulada, di: "¡Ayúdame!". Y como Dios sabe lo que nos conviene, se compadece de nosotros».

 

Otra magnífica enseñanza de los padres del desierto. Oraciones cortas, frecuentes, confiadas, contextualizadas en el momento que se está viviendo, tal es la enseñanza del abad Macario; a continuación otros ejemplos:

 

“Abba Lucio trabajaba manualmente sin dejar de orar; mientras trenzaba sus juncos y cuerdas, permanecía en la presencia de Dios y rezaba con las palabras del S.50: Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia, y por tu gran compasión borra mipecado

“Abba Pambo durante tres años no tuvo más oración que pedir a Dios: “No me glorifiques en la tierra”.

 

“Abba Sisoes confesaba que desde hacía treinta años ya no pedía a Dios por sus faltas, sino que le rogaba de este modo: “Señor Jesús, protégeme de mi lengua”.

 

Estos, son algunos ejemplos del ascetismo cristiano en relación a plegarias breves o jaculatorias.

 

Finalmente, les propongo este otro apotegma:

 

“Los hermanos contaban: «Un día fuimos a ver a unos ancianos. Después de hacer oración, según costumbre, nos saludamos y nos sentamos para conversar juntos. Terminada la reunión, en el momento de marchar, pedimos el tener de nuevo juntos un rato de oración. Uno de aquellos ancianos nos dijo: «¿Cómo, pero no habéis orado ya?». Le dijimos: «Sí, Padre, hemos hecho oración al llegar, pero desde entonces hasta ahora no hemos hecho más que hablar». Y él nos dijo: «Perdonadme, hermanos, pero está sentado entre vosotros un hermano que mientras hablaba ha hecho ciento tres oraciones». Y después de decirnos esto, hicimos oración y nos despidieron”.

 

El anciano nos proporciona una magnífica enseñanza, es posible orar aún cuando se esté en una conversación. Y es que la oración no es repetición de fórmulas, ni muchas palabras espontáneas, sino permanecer en la presencia de Dios aún cuando se esté realizando alguna actividad.

 

Evagrio Póntico (345 - 399) monje del siglo IV, sistematiza las enseñanza de los padres del desierto y le pone contenido doctrinal:

“Cinco obras contribuyen para que alcancemos la benevolencia divina: la oración pura, el canto de los salmos, la lectura de los divinos oráculos del Espíritu, el recuerdo –unido a la pena del espíritu- de los pecados, de la muerte, del gran Juicio, el trabajo de las manos.

Si queréis, permaneciendo en un cuerpo, rendir a Dios el culto de una criatura incorporal, mantened en el secreto de vuestro corazón una plegaria ininterrumpida, y vuestra alma llegará a ser, aún antes de la muerte, igual a los ángeles” (Tomado de la Filocalía versión abreviada de la editorial Lumen pp 50).

San Agustín de Hipona, Padre de la Iglesia que vivió entre los años 354 y 430, escribió a la viuda Proba:

“Se dice que los hermanos de Egipto se ejercitan en oraciones frecuentes. pero muy breves y lanzadas como velozmente, para que la atención que es necesaria al que ora se yerga vigilante, y no se fatigue ni embote con la demora. De este modo nos muestran cabalmente que no se ha de forzar la atención si no puede sostenerse, así como no se ha de interrumpir prontamente si dura. Apártese de la oración el palabrerío, pero no falte la súplica abundante si la atención persevera en su fervor. Pues hablar mucho al orar es hacer una cosa necesaria con palabras superfinas. Mas orar mucho es llamar a aquel a quien oramos con continuo y piadoso estímulo del alma. Pues más a menudo ha de tratarse este asunto con gemidos que con palabras, más con el llanto que con el discurso. Pone nuestras lágrimas en su presencia. y nuestro gemido no se oculta ante Él que creó todo por el Verbo, y no busca las palabras humanas”

Este tipo de oraciones que menciona San Agustín es lo que llamamos hoy “jaculatorias”, es decir, una oración o invocación  breve.

San Agustín, siendo monje y luego obispo en occidente, nos remite con este texto a los monjes de oriente, más concretamente a los padres del desierto en Egipto y señala las características que debe tener la oración:

-           Breve

-           Sobria

-           Con lágrimas, es decir, con arrepentimiento o como señalan los padres hesicastas, con compunción.

Diadoco de Foticea, monje y obispo, en el siglo V es el primer testigo que tenemos en la actualidad de la invocación del Santo Nombre, dice así:

“El entendimiento exige de nosotros, cuando le cerramos todas las salidas por el recuerdo de Dios, una obra que satisfaga su necesidad de acción. Hay que darle el ‘Señor Jesús’ como la única ocupación que responde totalmente a su fin”

Entre los dichos de los padres del desierto que recoge la iglesia etíope encontramos el siguiente apotegma:

“Esperar a Dios es esto: el corazón se eleva hacia Dios cuando clama y dice: Jesús, ten piedad; Jesús, ayúdame; yo te bendigo. Dios mío, que vives en todo tiempo, y levanta sus ojos mientras dice en su corazón estas tres palabras al Señor”

En el Patericon aethiopice encontramos otro apotegma de otro anciano que habla de la ciencia del nombre del Salvador Jesucristo, que es invocado en el corazón.

En 1965, realizándose unas excavaciones arqueológicas, se encontró una inscripción en lengua copta, en un oratorio que data del siglo VIII que recomienda la oración de Jesús, cuya traducción es la siguiente:

«un [...] dijo: Si los demonios siembran en nosotros, diciendo: Si tú gritas constantemente: “¡Señor Jesús!”, no oras al Padre ni al Espíritu Santo. Sabemos en efecto que esta siembra es la de los muy ladinos, que siembran en el que es deudor, y lo interrogan para burlarse de los que permanecen en el Nombre de Jesús, para perder a los que creen en su Nombre. No saben nada, absolutamente. Pero nosotros sí sabemos que si rezamos: “Jesús”, rezamos al Padre con él y al Espíritu Santo del Padre también con él. ¡Que no suceda que dividamos la Trinidad divina y santa! Pero conviene orar de este modo: Si decimos “Cristo Jesús”, decimos “El Hijo del Padre” y “el Padre de Cristo Jesús”. Y al concluir toda oración, decimos con él: Por tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo».

En el mismo siglo VIII encontramos la presentación de la fórmula desarrollada de la Oración de Jesús, en la obra “Virtudes de abba Macario”.

Si bien, las bases de la tradición hesicasta la ubicamos entre los padres del desierto de Egipto, a partir del siglo V, se produce un desplazamiento durante la segunda mitad de ese siglo, hacia los desiertos de Palestina y el Sinaí, donde un siglo antes, ya identificamos la presencia monástica. En el siglo VI, en Gaza, ubicada justamente en esa zona, se practica y enseña la Oración de Jesús por parte de los monjes. Barsanufio y Juan, monjes reclusos en el monasterio de Seridos son dos grandes referentes del hesicasmo.

Barsanufio escribe a su discípulo Doroteo:

“Ora sin cesar, diciendo: Señor Jesús, sálvame de las pasiones vergonzosas”

Y en un escrito a Juan dice:

“Invoca con grandes gritos el Nombre de Jesús, diciendo: Jesús, ven en mi ayuda”

Y en su carta a Andrés, Basanufio recomienda recitar frecuentemente el Kyrie eleison – Señor ten piedad.

En la vida de Dositeo, monje del mismo monasterio se cuenta que oraba así:

            “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”

En el Sinaí, San Juan Clímaco, monje del siglo VII, sabemos que murió en 649, en su obra Escala espiritual, es el primero en unir la invocación del Santo Nombre a la respiración, escribe lo siguiente:

“Que el recuerdo de Dios se una a tu respiración, y entonces conocerás la utilidad de la hesiquía”

Pero es su discípulo Hesiquio de Batos quien expone explícita y detalladamente la invocación del Santo Nombre a la aspiración y expiración del aire.

De los desiertos de Palestina y el Sinaí, esta práctica pasa al Monte Athos donde se desarrolla y difunde.

Con el cisma cristiano de 1054 occidente pierde esta práctica. A medida que pasan los años la reemplaza por devociones y el rezo del rosario. Sin embargo, Oriente la conserva celosamente en los monasterios y la profundiza a partir del siglo XIV fundamentalmente a través del monje Gregorio Pálamas (1296 – 1359).

San Simeón el Nuevo Teólogo es uno de los grandes exponentes de la doctrina hesicasta en el período bizantino, vivió entre los años 949 – 1022, siendo monje en Constantinopla, primero en el monasterio de Studion y luego abad en el monasterio de San Mamés. En sus obras desarrolla la doctrina hesicasta poniendo énfasis en la iluminación espiritual tomando como referencia la transfiguración del Señor en el monte Tabor.

Posteriormente, Gregorio Palamas, monje en el Monte Athos, vivió entre los años 1256 – 1359, es quien retoma las enseñanzas de Simeón el Nuevo Teólogo y las desarrolla exponiendo tres fundamentos:

-           el conocimiento experimental de Dios, por una experiencia espiritual, en la oración que no es intelectual ni material, y se expresa en el amor de Dios y del prójimo;

-           Dios es inaccesible en su esencia, pero el hombre se hace Dios, es divinizado, por la energía increada;

-           la distinción entre esencia y energía (es decir, la voluntad divina y la gracia divina).

En un pasaje del Methodos, un escrito que puede ubicarse entre los siglos XII a XIV encontramos el siguiente pasaje:

“Sentado en una celda tranquila, apartado, en un rincón, haz lo que te digo: cierra la puerta, y eleva tu espíritu por sobre todo objeto vano y temporal, apoya después la barbilla sobre el pecho y volviendo el ojo corporal con todo el espíritu sobre el medio de tu vientre, es decir, el ombligo  comprime la aspiración del aire que pasa por la nariz, de manera que no respires con comodidad, y explora mentalmente el interior de tus entrañas para hallar el lugar del corazón, que gustan de frecuentar todas las potencias del alma. Al principio encontrarás una tiniebla y una espesura pertinaces, pero si perseveras y practicas esta ocupación día y noche, encontrarás, oh maravilla, una felicidad ilimitada. Una vez. en efecto, que el espíritu encuentra el lugar del corazón, percibe de golpe lo que no había sabido jamás, pues percibe el aire que se encuentra en el centro del corazón, y se ve a sí mismo enteramente luminoso y lleno de discernimiento, y desde entonces, apenas se presenta un pensamiento, antes que se termine y tome forma, por la invocación de Jesucristo, lo expulsa y aniquila. Desde este momento, el espíritu, en su resentimiento contra los demonios despierta la cólera que es según la naturaleza y llama a perseguir los enemigos espirituales. El resto lo aprenderás con la ayuda de Dios, practicando la guarda del espíritu y reteniendo a Jesús en el corazón, pues dicen: permanece en tu celda, y ella te enseñará todo”

En este punto, es importante recordar también, las enseñanzas del Higumento Charitón del monasterio de Valamo, que sin desconocer las enseñanzas de los grandes padres hesicastas señala que en algunas ocasiones, especialmente a las personas principiantes, las técnicas físicas pueden resultar contraproducentes y en algunos casos nocivas, por lo tanto, basta con buscar una posición cómoda pero reverente para la práctica de la Oración de Jesús y que naturalmente y sin forzar, ésta se unirá a la respiración, adaptándose la una a la otra.

Hacia el siglo XII podemos identificar ya la práctica de la Oración de Jesús en Rusia y la región eslava. Pero fundamentalmente, a partir de los siglos XV y XVI con San Nilo de Sora y San José de Volokolamsk que se difunde y consolida en la espiritualidad del cristianismo ruso.

En el Monte Athos (en la Grecia del siglo XVIII) el monje Nicodemo el Hagiorita (1749 -1809) recoge y sistematiza todas las enseñanzas de los padres hesicastas: Antonio abad, Isaías el anacoreta, Evagrio Póntico, Juan Casiano, Marcos el asceta, Hesiquio el presbítero, Nilo el asceta, Diadoco de Fótice, Juan Carpacio, Teodoro obispo de Edesa, Máximo el confesor, Talasio, Juan Damasceno, Filemón, Teognosio, Filoteo el sinaíta,  Elías el presbítero, Teófano el recluso, Calixto e Ignacio, Calixto el patriarca, Calixto Telicoudos, Calixto Catafugiota, Simeón de Tesalónica,  Pedro Damasceno, Macario el egipcio, Simeón el Nuevo Teólogo, Niceta Sterthatos, Teolepto de Filadelfia, Nicéforo el monje, gregorio el sinaíta; dando origen a la Filocalía, el libro que contiene toda la doctrina sobre la Oración de Jesús, publicada en 1782.

Con la revolución bolchevique a partir de 1917 se produce una importante migración a toda Europa, instalándose grupos de población rusa que conservaron sus tradiciones y por ende, conservaron la práctica de la Oración de Jesús; de esta forma y con la traducción y publicación de la obra “El peregrino ruso” al francés en 1945 y al español en 1978, la invocación del Santo Nombre es recuperada en el cristianismo de occidente.


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