Una antigua propuesta para las nuevas crisis del cristianismo (1)


 

 

Introducción

No es novedad que el conjunto de denominaciones cristianas, por lo menos en occidente, se encuentra en crisis. La participación en la vida litúrgica de las iglesias es cada vez menos, la pertenencia o membresía en las distintas denominaciones se ve fuertemente reducida. La fragmentación al interior de las iglesias es cada vez mayor. La fusión entre comunidades y la extinción de otras es una realidad frecuente.

La separación entre las realidades eclesiales y las realidades socio culturales es mayor. Sin embargo, no es tan diferente a otros momentos en la historia del cristianismo. Situaciones similares se dieron con la paz de Constantino, donde el movimiento monástico, eremítico y cenobítico, fue la respuesta a la crisis de la iglesia. Igualmente, el surgimiento del hesicasmo en oriente fue la respuesta a la influencia del iluminismo surgido en Europa y que se extendió rápidamente por todo el mundo; sin negar la importancia que este movimiento tuvo en la búsqueda de la felicidad y el progreso humano, motivando un cambio del pensar mitológico a la soberanía de la razón. Esta brecha entre cristianismo y sociedad – cultura se mantiene y profundiza en este siglo XXI.

La sociedad – cultura, ya no ve en el movimiento cristiano algo para imitar, contrario a lo que sucedió en nuestros orígenes:

“Eran fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles, en compartir lo que tenían, en reunirse para partir el pan y en la oración. Todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales que Dios hacía por medio de los apóstoles” (Hch. 2:42-47).

Pareciera que dejamos de ser testigos permitiendo ver lo verdaderamente importante en la vida de la humanidad:

“Ustedes son la luz del mundo” (Mt. 5:14).

Pareciera que dejamos de entusiasmar a la sociedad - cultura y que ésta, ya no encuentra en las prácticas y enseñanzas de Jesús algo a seguir (Mt. 13:33).

Mucho se podrá aportar desde la experiencia cristiana acumulada durante estos veintiún siglos a la crisis actual, yo quiere centrarme en uno de esas “cosas viejas”.

 

“Oren sin cesar”

1Tes. 5:17

 

La perícopa de la primera carta del apóstol Pablo a la iglesia de Tesalónica, que va del capítulo 5, versículos  12 al 22, contiene normas de comportamiento para el pueblo de Dios, la iglesia.

El versículo 17 nos presenta un inmenso desafío a todo el cristianismo: “orar permanentemente”. Ni los practicantes del judaísmo más piadosos, contemporáneos al apóstol Pablo, oraban de forma ininterrumpida; lo hacían varias veces al día en los tiempos señalados por la tradición judía. Sabemos por otros textos neo testamentarios que las personas cristianas se reunían en las sinagogas y en el templo para las oraciones (Hch. 2:46-47; 3:1); pero en este caso,  el apóstol parece sugerir una oración constante a lo largo de la jornada, tal vez en privado, más allá de las oraciones colectivas o en momentos privilegiados de la jornada.

¿Es posible orar constantemente?

En estos tiempos, marcados profundamente por la globalización, los medios de comunicación masivos, las redes sociales, el pluriempleo ¿cómo llevar a cabo esta recomendación apostólica?

Esta pregunta no sólo nos la hacemos en el siglo XXI. Ya en el siglo XIX el peregrino ruso, al entrar en la iglesia y escuchar en la lectura de la liturgia este mismo pasaje se formuló idéntica pregunta (véase la obra “Relatos de un peregrino ruso a su padre espiritual”). El autor de la obra, narra que el peregrino recorrió diversos lugares, acudió a innumerables prédicas sobre la oración, pero no encontró una respuesta satisfactoria.

Planteo similar recibo casi a diario de cristianos de distintas denominaciones cristianas de occidente: católicos, luteranos, anglicanos, que tampoco encuentran en sus comunidades, ni el liderazgo de sus iglesias una respuesta satisfactoria.

En este punto, me viene la memoria aquel pasaje evangélico:

“Jesús les dijo: —Todo maestro de la Ley que se convierte en discípulo del reino de Dios, se parece al que va a su bodega, y de allí saca cosas nuevas y cosas viejas” (Mt. 13:52).

Tal vez, para “sacar cosas nuevas” es decir, respuestas acertadas y adecuadas al interrogante que nos planteamos los cristianos del siglo XXI sobre la recomendación apostólica sea necesario, en primer lugar “sacar cosas viejas”, es decir, volver a nuestros orígenes, desandando el camino que nos permita encontrarnos con nuestra identidad cristiana. Para ello será necesario recorrer las prácticas y enseñanzas de los padres, tal como lo hizo el starets (vocablo ruso que hace referencia a la persona que desempeña la función de consejero, maestro o padre espiritual) al peregrino ruso. Más aún, será necesario ir a las mismas fuentes neo testamentarias para buscar indicios de esta recomendación.

De este camino de retorno se tratarán las próximas publicaciones, poniendo en diálogo “las cosas viejas” a las que se refiere Jesús en Mt. 13:52 con nuestros contextos socio culturales y religiosos del siglo XXI.

 

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Próxima entrega: Fundamentos bíbliclos de la oración constante.


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