Una antigua propuesta para las nuevas crisis del cristianismo (2)
Fundamentos bíblicos para la oración constante
Siguiendo la cronología cristiana, es con el apóstol Pablo que se manifiesta la necesidad de orar constantemente, orar sin cesar. La primera carta a la iglesia de Tesalónica, escrita hacia el año 51 dC, expone hacia el final la sentencia:
“Oren sin cesar” (1 Tes. 5:17)
¿Recomendación apostólica o mandato apostólico?
Según el contexto, muchos biblistas, como la escuela de la Biblia de Jerusalén, Luis Alonso Schokel, Juan Mateos, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera entre otros, colocan esta sentencia del apóstol, más como una exigencia de la vida del cristiano que como una recomendación. Como exigencia cristiana, podríamos, a partir de este momento, afirmar que es un mandato apostólico y no una sugerencia o recomendación.
Este mandato apostólico tuvo gran influencia en el cristianismo primitivo como lo demuestran las siguientes referencias neo testamentarias:
“Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones” (1Tes. 1:2).
“También nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1Tes. 2:13).
“…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Ef. 6:18).
“Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Col. 1:3)
“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col. 4:2)
“Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder” (2Tes. 1:11)
“… la que en verdad es viuda y ha quedado sola, espera en Dios, y es diligente en súplicas y oraciones noche y día” (1Tim. 5:5)
“Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día” (2Tim. 1:3-4).
Nótese cómo el apóstol define esa oración: “siempre”, “sin cesar”, “en todo tiempo”, “velando”, “noche y día”. Claramente, no está haciendo referencia a las oraciones litúrgicas sino a un diálogo humano – divino constante, permanente.
También Jesús nos enseña a orar insistentemente:
“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lc. 18:1-8)..
Para el cristianismo primitivo se convirtió en un imperativo la oración incesante.
El apóstol Pablo, en la carta a la carta a la iglesia de Filipos, capítulo 2, versículos 6 al 11, introduce un himno que según muchos de los exégetas bíblicos es anterior a él, por lo tanto no fue escrito por el apóstol sino tomado de las liturgias cristianas; un himno a Jesús Cristo que cita su encarnación, anonadamiento, humillación y muerte para concluir:
“Por lo cual Dios lo exalto y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Fi. 2:9-11).
En la iglesia primitiva, el Nombre de Jesús representa a su Persona, es una forma o especie de Presencia, es decir que, nombrarlo es hacerlo presente. Un apotegma de abba Nesteros dice:
“Ruega a Dios como si estuvieras en su presencia, pues Él está efectivamente presente”
Al Santo Nombre, la iglesia primitiva le atribuye el poder. Es así que el apóstol Juan pone en boca de Jesús:
“Yo os aseguro, lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Jn. 16:23).
El libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio de la fe que tenía la iglesia primitiva en el Santo Nombre:
“No hay bajo el cielo otro nombre por el que se pueda ser salvado” (Hch 4,12).
Y también:
“No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hch 3:7).
La iglesia primitiva y el movimiento ascético que surgió en su seno asoció la oración continua al Santo Nombre; la forma de orar sin cesar es a través del Nombre de Jesús, al invocarlo se hace presente.
El evangelista Lucas tiene varios textos que hacen referencia a la oración, además de la parábola de la viuda y el juez mencionada más arriba; cuando Jesús enseña a sus discípulos a orar, cuando pasa la noche en oración, cuando ora en el monte de los Olivos, pero hay dos textos que son más que significativos y que ponen los cimientos para la jaculatoria de la oración constante que se practica en el hesicasmo, tanto de oriente como de occidente:
“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y este era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lc. 17:11-19)
“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, ten piedad de mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”(Lc. 18:9-14).
Los versículos 13 de ambos relatos: “Jesús ten misericordia de nosotros” y “Dios, ten piedad de mí, pecador” son tomados por la tradición hesicasta, para formar la jaculatoria de la oración de Jesús, oración del corazón, oración incesante, oración centrante u oración hesicasta. Estos son los diferentes nombres de una misma praxis: la meditación o repetición de la oración de Jesús.
A continuación señalo algunos aspectos importantes vinculados a esta antigua práctica:
- Tiene su origen en un mandato apostólico del año 51 dC, por lo tanto, está dirigido a todo el cristianismo.
- No fue creada por una u otra tradición cristiana, sino que se forma a partir de la fusión dos textos bíblicos, por lo tanto, tiene un carácter eminentemente ecuménico, nadie puede afirmar que no puede orar con esta fórmula.
- Como veremos en próximas entregas, la oración constante era practicada por los padres del desierto, hombres y mujeres que pertenecían a la iglesia indivisa del primer milenio y no a tal o cual denominación cristiana.
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