Apuntes hesicastas. La práctica del ayuno (parte 3)

 


II

Fundamentos bíblicos de la práctica del ayuno

 

A través de toda la Biblia encontramos que el ayuno es la abstención de alimentos con una finalidad espiritual. A continuación compartiré dos definiciones, una del Diccionario Bíblico y otro del Diccionario Teológico.

Es la abstención de ingerir alimentos. La Biblia describe tres formas principales de ayuno. El ayuno normal que implica la total abstinencia de alimentos […] El ayuno absoluto […] abstinencia de alimentos y agua. El ayuno parcial enfatiza una restricción en la dieta más que una abstinencia completa […]  Ayunar es dejar de lado el alimento por un período de tiempo en que el creyente procura conocer a Dios mediante una experiencia más profunda” (Diccionario Bíblico Ilustrado Holman, 2008, pág. 180 – 181).

Ayunar significa privarse de los alimentos, con un propósito religioso deliberado. Existen muchos ejemplos de ayunos tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento. Los israelitas ayunaron cuando los filisteos devolvieron el arca (1 Sam. 7:6). Nehemías ayunó cuando escuchó del lamentable estado de Jerusalén (Neh. 1:4). Joel exhortó al pueblo a volverse al Señor con ayunos (Jl. 2:12). Cornelio guardaba un ayuno cuando se le dijo que buscara a Pedro (Hch. 10:30) quien también podía haber estado ayunando en un período de intercesión (Hch. 10:10). Hubo un ayuno cuando Pablo y Bernabé fueron comisionados para su primer viaje misionero (Hch. 13:3) y Pablo habla de sus propios y frecuentes ayunos (2 Cor 6:5; 11:27); y puede haber un lugar para tiempos de abstinencia, oración y ayuno dentro de la legítima relación del matrimonio (1 Cor. 7:5). Jesús mismo ayunaba (Mt. 4:2) y a la vez que no requería de sus discípulos que lo hicieran, afirmó abiertamente que después de su ascensión llegarían los días en que ellos aceptarían esta disciplina (Mc. 2:20).

El uso apropiado del ayuno puede deducirse fácilmente de la Biblia. Está particularmente ligado a la autohumillación en el arrepentimiento (1 Re. 21:27; Sal. 35:13). Pero también se encuentra estrechamente relacionado con la oración (Mt. 17:21; Hch. 13:3), especialmente en el cumplimiento de la labor cristiana o la búsqueda de Dios (cf. Hch. 10:30). El cumplimiento de una comisión definitiva de Dios (Esd. 8:23; Hch. 13:3) es una ocasión para ayunar. Esto se ilustra en el caso del Señor mismo a cuyo bautismo siguen los cuarenta días de ayuno en el desierto (Mt. 4:2; cf. el retiro de Pablo en Arabia). En este sentido, debe notarse que el ayuno también es un tiempo de tentación y, por lo tanto, de prueba (Mt. 4:1,3 ss) con una visión de gran fortalecimiento y constancia en el ministerio futuro.

Como con cualquier práctica religiosa, en el ayuno existen riesgos que se delinean claramente en las Escrituras. El ayuno puede extenderse como un medio de obtener cosas de parte de Dios (Is. 58:3). Puede sustituirse por un arrepentimiento verdadero que da como resultado un cambio de vida (Is. 58:5 ss). Puede llegar a convertirse en algo meramente convencional, y por lo tanto, un fin en sí mismo (Zac. 7:5). Puede construir una ocasión para mostrar una religión externa (Mt. 6:16) y conducir así, finalmente, a la auto justificación que es completamente opuesta al verdadero arrepentimiento, y por lo tanto,  a la verdadera justificación delante de Dios (Lc. 18:12). En relación con esto, es quizá un error la imposición de un número de días de ayuno ya que conduce a una formalidad que le despoja de su significado verdadero” (Diccionario de Teología Harrison, 2002, pág. 71 – 72).

Como podemos constatar, la finalidad del ayuno religioso, la Biblia lo presenta como una finalidad eminentemente espiritual y describe varias formas de realizarlo:

 

1.    El ayuno prolongado

Un ejemplo de ello es el ayuno de cuarenta días que practicó Jesús luego de su bautismo por Juan en el río Jordán:

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu en el desierto  por cuarenta días, siendo tentado por el diablo. Y no comió nada durante esos días, pasados los cuales tuvo hambre” (Lucas 4:1-2)

Claramente el texto bíblico habla de abstención de alimentos pero no de agua. Y es que el agua es un soporte vital para nuestra existencia, privarnos de ella aunque sea por poco tiempo, puede poner en riesgo la salud y la vida. Esto no quiere decir que no se practicaran ayunos extremos como veremos más adelante, donde hay privación de comida y de agua.

 

2.    El ayuno parcial

Un ejemplo de ello es el ayuno practicado por el profeta Daniel:

“No comí manjar delicado ni entró en mi boca carne ni vino, ni usé ungüento alguno, hasta que se cumplieron las tres semanas” (Dan. 10:3)

Claramente el texto bíblico habla de la abstinencia de ciertos alimentos y bebidas, dentro de los que destaca la carne y el vino. En relación a “manjar delicado” podría traducirse también por “pan apetecible”.

 

3.    El ayuno absoluto

La Biblia nos presenta varios ejemplos de ello, es decir, de la abstinencia de comida y bebida (agua). Los relatos que encontramos en la Biblia nos remiten a circunstancias particularmente complejas y no a una práctica ritual.

“Ve, reúne a todos los judíos que se encuentran en Susa y ayunad por mí; no comáis ni bebáis por tres días, ni de noche ni de día. También yo y mis doncellas ayunaremos. Y así iré al rey, lo cual no es conforme a la ley; y si perezco, perezco” (Ester 4:16)

El evangelista Lucas, refiriéndose al apóstol Pablo en su proceso de conversión escribe:

“Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hech 9:9)

La privación de agua por más de 72 horas pone en riesgo la salud física y la vida misma, por lo tanto, este ayuno es practicado en situaciones extremas o desesperadas.

Sin embargo, encontramos dos relatos excepcionales

Y Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches; no comió pan ni bebió agua. Y escribió en las tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos” (Éx. 34:28).

En relación a este primer texto de la privación de comida y bebida por un tiempo prolongado, encontramos en Deuteronomio la afirmación del propio Moisés:

“Cuando subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que el Señor había hecho con vosotros, me quedé en el monte cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua” (Dt. 9:9)

El otro caso excepcional que menciona la Biblia es al profeta Elías:

“Él anduvo por el desierto un día de camino, y vino y se sentó bajo un enebro; pidió morirse y dijo: Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres.  Y acostándose bajo el enebro, se durmió; y he aquí, un ángel lo tocó y le dijo: Levántate, come. Entonces miró, y he aquí que a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y una vasija de agua. Comió y bebió, y volvió a acostarse.  Y el ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y le dijo: Levántate, come, porque es muy largo el camino para ti.  Se levantó, pues, y comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios” (1 Re 19:4-8)

Sin lugar a dudas, no fue una privación total de agua por ese lapso de tiempo, sino que la misma fue racionada, de lo contrario se hubiera producido la muerte por deshidratación considerando que se encontraban en zona desértica y con un período prolongado de no ingerir líquido.

 

4.    Las prácticas de ayuno en el antiguo Israel.

En el mundo bíblico, la práctica del ayuno era un asunto privado entre la persona y Dios:

-       “Y cuando oí estas palabras, me senté y lloré, e hice duelo algunos días, y estuve ayunando y orando delante del Dios del cielo” (Neh. 1:4).

 

-       “David rogó a Dios por el niño; y ayunó, y fue y pasó la noche acostado en el suelo” (2 Sam. 12:16)

 

-       “Mis rodillas están débiles por el ayuno, y mi carne sin gordura ha enflaquecido” (Salmo 109[108]:24).

 

-        “Pero yo, cuando ellos estaban enfermos, vestía de cilicio; humillé mi alma con ayuno, y mi oración se repetía en mi pecho” (Salmo 35[34]:13).

No obstante, ante situaciones de riesgo, de pecado o de una importancia significativa se proclamaba y practicaba un ayuno comunitario:

-       Todos los hijos de Israel y todo el pueblo subieron y vinieron a Betel y lloraron; y permanecieron allí delante del Señor y ayunaron ese día hasta la noche. Y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz delante del Señor” (Jue 20:26).

 

-       “Y Josafat tuvo miedo y se dispuso a buscar al SEÑOR, y proclamó ayuno en todo Judá” (2 Cro 20:3)

 

-        Y Samuel dijo: Reunid en Mizpa a todo Israel, y yo oraré al Señor por vosotros.  Y se reunieron en Mizpa, y sacaron agua y la derramaron delante del Señor, ayunaron aquel día y dijeron allí: Hemos pecado contra el Señor. Y Samuel juzgó a los hijos de Israel en Mizpa” (1 Sam. 7:5-6).

 

-       “Promulgad ayuno, convocad asamblea; congregad a los ancianos y a todos los habitantes de la tierra en la casa del SEÑOR vuestro Dios, y clamad al SEÑOR” (Jl 1:14)

 

-       “Ayunamos, pues, y pedimos a nuestro Dios acerca de esto, y El escuchó nuestra súplica” (Esd. 8:23)

 

-       “Y los habitantes de Nínive creyeron en Dios, y proclamaron ayuno y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos” (Jon 3:5).

 

-       “Y escribió en las cartas, diciendo: Proclamad ayuno y sentad a Nabot a la cabeza del pueblo” (1 Re. 21:9)

 

-       “Entonces proclamé allí, junto al río Ahava, un ayuno para que nos humilláramos delante de nuestro Dios a fin de implorar de El un viaje feliz para nosotros, para nuestros pequeños y para todas nuestras posesiones” (Esd. 8:21)

 

-       “El día veinticuatro de este mes se congregaron los hijos de Israel en ayuno, vestidos de cilicio y con polvo sobre sí” (Nehe. 9:1).

Desde la perspectiva ritual, al inicio de la historia del pueblo de Israel existía una sola jornada anual de ayuno y era con motivo del día de expiación, marcado por la ley de Moisés:

A los diez días de este séptimo mes será el día de expiación; será santa convocación para vosotros, y humillaréis vuestras almas y presentaréis una ofrenda encendida al Seño” (Lev. 23:27)..

Era la instancia para pedir perdón por los pecados y reconciliarse con Dios, no obstante, con el paso del tiempo se fueron agregando otros días de ayuno ritual como lo testimonia el profeta Zacarías:

-       “Habla a todo el pueblo de la tierra y a los sacerdotes, y di: Cuando ayunabais y os lamentabais en el quinto y el séptimo mes durante estos setenta años, ¿ayunabais en verdad por mí?” (Zac. 7:5)

 

-       “Así dice el SEÑOR de los ejércitos: ``El ayuno del cuarto mes, el ayuno del quinto, el ayuno del séptimo y el ayuno del décimo se convertirán para la casa de Judá en gozo, alegría y fiestas alegres. Amad, pues, la verdad y la paz" (Zac. 8:19)

Este último texto del profeta, nos sitúa ante la práctica de cuatro ayunos regularmente establecidos en el ritual judío durante los meses:

 

-       Cuarto

-       Quinto

-       Séptimo

-       Décimo.

 

5.    Las prácticas del ayuno en Jesús y sus discípulos

Como vimos más arriba, el propio Jesús ayunó (Lc. 4:1-2) y enseñó sobre dos cosas a cerca de esta práctica. La primera:

“Y cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas; porque ellos desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que están ayunando. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa” (Mt. 6:16)

Esta afirmación de Jesús permite suponer que era una práctica común y aceptada por el judaísmo de su tiempo, si bien él no se manifiesta a favor o en contra del ayuno. Pero sí hay una cuestión que es categórica, contundente e incuestionable; Jesús se alineó a la corriente profética en relación al ayuno. Si nos detenemos en el Sermón de la Montaña (Mt. 6-7) encontramos claramente tres temas inseparables: oración – ayuno – limosna.

El profeta Isaías, en quien se inspiraron los escritores cristianos para identificar a Jesús, escribía:

-       “Dicen: ¿Por qué hemos ayunado, y tú no lo ves? ¿Por qué nos hemos humillado, y tú no haces caso?" He aquí, en el día de vuestro ayuno buscáis vuestra conveniencia y oprimís a todos vuestros trabajadores” (Is. 58:3)

 

-       “¿No es éste el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de impiedad, soltar las coyundas del yugo, dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo?” (Is. 58:6).

En esta línea se han mantenido los Padres de la Iglesia durante el primer milenio y también muchas de las denominaciones cristianas del segundo milenio; el Reformador Martín Lutero escribe:

"No fue la intención de Cristo rechazar ni despreciar el ayuno [...] su intención fue restaurar el ayuno apropiado"

Pero sobre estas últimas afirmaciones nos detendremos en el próximo capítulo.

La segunda cosa sobre la que enseñó Jesús sobre el ayuno es la siguiente:

“Y Jesús les dijo: ¿Acaso los acompañantes del novio pueden estar de luto mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán” (Mt. 9:15).

Ciertamente, con la irrupción de Dios en la historia humana, llegada la plenitud de los tiempos (Ga. 4:4) no hay lugar para el ayuno; todo es gozo, todo es fiesta. Más esto, no durará para siempre. La ausencia de Jesús se prolonga desde la ascensión hasta su retorno al final de los tiempos; período en el cual, quienes le seguimos en el discipulado, ayunamos. Así lo entendieron los primeros discípulos:

-       “En la iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Niger, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo.  Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado.  Entonces, después de ayunar, orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron” (Hch. 13:1-3).

 

-       “Después que les designaron ancianos en cada iglesia, habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído” (Hch. 14:23).

 

-       “No dando nosotros en nada motivo de tropiezo, para que el ministerio no sea desacreditado,  sino que en todo nos recomendamos a nosotros mismos como ministros de Dios, en mucha perseverancia, en aflicciones, en privaciones, en angustias,  en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos” (2 Cor. 6:3-5).

Todos estos textos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento dejan en evidencia la importancia de la práctica del ayuno, asociado a la oración y a la limosna; nunca como un medio de mortificación personal sino que, centrándose en Dios con la finalidad de estar dispuesto a servirle con una mayor agudeza en la oración y el discernimiento, con mayor libertad en nuestras decisiones y con nuestros bienes, con mayor autocontrol y autodominio de nuestra voluntad pero nunca con orgullo y vanagloria como el publicano del Evangelio;

“Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano” (Lc. 18:11-12)..

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Regla Monástica del Eremitorio Emaús