HESICASMO: Propuesta báscia para principiantes sobre la Oración de Jesús (parte 2)
Sobre las etapas en la práctica hesicasta
En la actualidad hay un resurgir de la vida espiritual. En una civilización donde se ha instalado fuertemente el materialismo, el consumismo, el individualismo; se puede observar cada vez más personas que buscan una experiencia de paz interior, de unificación de la persona, de comunión con su ecosistema y con Dios.
Gran parte de la jornada la dedico a contestar consultas de personas de distintas partes del mundo occidental: Latino América, Centro América, Norte América y Europa que me llegan a través de correo electrónico, facebook, youtube y whatsapp. Todas ellas interesadas en practicar la oración del corazón.
Sin lugar a dudas estamos ante un resurgir de la vida espiritual, un renacer de la antigua práctica hesicasta de los Padres del desierto de la Iglesia indivisa que tan celosamente custodiaron los Padres népticos de la Iglesia Ortodoxa.
Ante el interrogante planteado sobre la Oración de Jesús y la práctica hesicasta, siempre respondo desde las enseñanzas de los padres hesicastas sobre las tres etapas o como enumera el P. José, los tres estados.
1. Sobre la purificación.
“El primer estado es el de la purificación donde la gracia purifica al hombre. Tú te encuentras en esta etapa. Cada impulso que tú sientas por las cosas espirituales viene de la gracia. Cada iniciativa en este ámbito no te pertenece a ti. La gracia místicamente obra todo. Esta gracia, pues, cuando tú te haces violencia, se instala en ti durante un cierto número de años. Y cuando el hombre progresa en la oración interior, recibe otras formas de gracias muy diferentes a las anteriores.
El primer estado es llamado sensación-energía y es idéntico a la gracia purificadora, ya que el orante experimenta en el interior de él mismo una moción-energía divina” (P. José).
Todas las personas al iniciarse en la práctica de la Oración de Jesús nos encontramos en la etapa de purificación. En esta etapa es fundamental la ascesis y la vigilancia; siguiendo las enseñanzas de abba Agathon recogidas por el Higumeno Chariton de Valamo, citamos el siguiente apotegma:
“Un hermano preguntaba al apa Agathón: "Decidme, Padre, ¿qué es más grande, la ascesis corporal o la vigilancia interior?" El replicó: "El hombre es como un árbol, la ascesis corporal son las hojas y la vigilancia interior es el fruto. Dice el Evangelio: 'Todo árbol que no lleva fruto será cortado y arrojado al fuego (Mat. 3, 10). Resulta entonces claro que todo nuestro esfuerzo se dirige al fruto, es decir, al cuidado del intelecto, sin embargo, también necesitamos de la protección y el abrigo de las hojas, es decir, de la ascesis corporal" (El arte de la oración, pp 150).
Muchas veces, las personas cuando se inician en la vida ascética, por la falta de un padre espiritual experimentado, terminan haciendo un fin en sí mismo de lo que son simples herramientas; instrumentos que nos ejercitan en la vida espiritual.
El centro de la vida ascética no es el ayuno, ni la abstinencia, ni las vigilias; ni siquiera la lectio divina o el oficio divino, si no estamos con una actitud vigilante. Podemos ayunar todos los miércoles y viernes del año; podemos abstenernos de carne y otra cosa toda la vida; podemos practicar las vigilias a diario; incluso podemos hacer lectio divina varias veces al día y celebrar las siete horas del Oficio, pero, si no controlamos nuestros recuerdos y pensamientos, si mientras estamos en la actividad, ellos fluyen descontrolados, somos como un árbol con muchas hojas pero sin fruto alguno.
Afirma Abba Macario:
“La tarea más importante de un luchador espiritual es entrar en su corazón y combatir allí a Satán, odiar y rechazar los pensamientos que inspira, y hacer la guerra contra él” (El arte de la oración, pp. 150).
En efecto, la vigilancia de los pensamientos y de los sentimientos, a través del combate espiritual contra los aprendizajes adquiridos en el mundo, es nuestra mayor tarea y la más importante. En muchos casos, llevará toda la vida.
Este proceso de purificación implica necesariamente la conversión de costumbres, aquellas que fuimos adquiriendo desde nuestra más temprana infancia, pasando por la adolescencia y la juventud, que son contrarias a las nuevas costumbres que debemos asumir, es decir, vivir según los valores del Evangelio.
El siglo XXI, si bien se caracteriza por un cierto retorno a la espiritualidad en algunos sectores, está marcado por el consumismo; el individualismo; el mercantilismo; la pérdida de identidad; la pérdida de valores como la solidaridad y la cooperación; el materialismo; el uso abusivo de los recursos naturales patrimonio de toda la humanidad; la contaminación; el desarrollo deshumanizado. Es necesario desaprender estos aspectos de nuestra cultura y reaprender aquellos que nos transforman en seres humanos más humanos y en cristianos, menos ritualistas y más acordes al discipulado que nos exige el Evangelio.
Abba Macario nos aporta algunas señales a los efectos de emprender este proceso de purificación, de desaprender para reaprender:
“Si no estamos colmados interiormente de bondad y simplicidad, nuestras actitudes exteriores de oración no nos darán ningún beneficio. Esto es verdad no sólo para la oración, sino para cualquier trabajo y cualquier esfuerzo, tales como la continencia, el ayuno, o toda obra emprendida por amor de la virtud. Si no percibimos en nosotros frutos abundantes de amor, de paz, de alegría y de dulzura, de humildad y simplicidad, de sinceridad, de fe y de generosidad, es que hemos trabajado en vano y sin provecho, pues todo el fin de nuestros esfuerzos y de nuestro trabajo era adquirir esos frutos. Si los frutos de amor y paz no están en nosotros, entonces nuestro trabajo íntegro es inútil y vano. Aquéllos que trabajan de esta manera serán en el día del juicio como las cinco vírgenes imprudentes, que son así llamadas porque no tenían, en las lámparas de su corazón, el aceite espiritual, es decir las virtudes que terminamos de mencionar; a causa de ello fueron dejadas afuera de la sala de bodas, y su virginidad no les fue de ningún beneficio” (El arte de la oración, pp 150 – 151).
Este proceso de purificación que emprendemos al iniciarnos en la Oración de Jesús, según nos enseñan los Padres hesicastas y explícitamente lo señala el P. José es fruto de la gracia y no obra nuestra. Ante nuestra pequeñez, ante nuestra fragilidad nos sale al paso las Sagradas Escrituras:
“Mi gracia te basta” (2 Cor. 12:9).
2. Sobre la iluminación.
“El segundo estado corresponde al de la iluminación. Ya que se recibe la luz del conocimiento que lleva a la contemplación de Dios. No se debe confundir con “las luces”, las fantasías u otro tipos de representaciones. Sino que la gracia ilumina el espíritu, lo hace limpio y luminoso, ella obra la purificación de los pensamientos, abre la inteligencia a los pensamientos elevados. Para adquirir esta gracia, el orante debe estar en un estado perfecto de paz interior (hesiquía) y tener un guía experimentado” (P. José).
Pasado mucho tiempo de esfuerzo personal en el proceso de purificación y únicamente por acción de la gracia de Dios se inicia la segunda etapa, que los Padres hesicastas llaman la iluminación.
Requiere haber adquirido la destreza del discernimiento para no dar lugar a las fantasías o ilusiones. El Obispo Ignacio Brianchaninov (1807 . 1867) señala que:
“La ilusión actúa de una manera y Dios de otra diferente” (El arte de la oración, pp. 142).
La ilusión o fantasía, proviene siempre del exterior y va acompañada de la duda, en cambio la gracia proviene del interior donde habita Dios y va acompaña de certezas. Recordemos el actuar certero de los patriarcas y profetas: Abraham, Moisés, Elías, Isaías, Jeremías, entre otros. Un actuar producto del discernimiento y la elección de lo correcto, aunque esto signifique una ruptura con el poder político, económico, social, cultural, religioso. Todos ellos al elegir renunciaron. Eligieron la promesa de Dios, su voluntad, su designio sobre la historia humana, por lo tanto, renunciaron a las otras ofertas que provenían de los poderes del mundo y que les eran contrarias, vanas ilusiones.
La ilusión o fantasía no promueve nuestra unificación, ni produce paz y serenidad; va acompañada de orgullo, de soberbia, de vanagloria, de autocomplacencia.
La gracia actúa sin que nos demos cuenta. Promueve la humildad, la contrición, el arrepentimiento, la compunción. Ella sana, restaura, dignifica, transforma, recrea. Produce la restauración interior donde los pensamientos se calman y las debilidades se sanan.
La iluminación nos introduce en la vida espiritual, en el mundo de Dios, en los pensamientos que elevan nuestra condición humana. Estos pensamientos no son los que nos separan de Dios, por el contrario, nos unen, despiertan el deseo de buscar su presencia, la necesidad de estar en su presencia. Nos levantamos, comemos, trabajamos, estudiamos, nos vinculamos; desarrollamos nuestra jornada como el resto de las personas pero orientados a Dios, deseosos de volvernos al encuentro en la intimidad del corazón; únicamente en este encuentro encontramos reposo, descanso, serenidad, paz.
El P. José afirma que para obtener la gracia de la iluminación se requieren dos cosas:
“el orante debe estar en un estado perfecto de paz interior (hesiquía) y tener un guía experimentado”.
En relación a la hesiquía sabemos que es el resultado de un largo proceso de búsquedas y encuentros con Dios en nuestro corazón; peregrinar hacia las intimidades de nuestro interior más profundo para gozar de la comunión con el Amado.
En relación a la guía del padre espiritual ya hemos expuesto algunos aspectos en la página 6; este tema lo estaremos desarrollando más adelante ya que tiene una importancia vital para el proceso espiritual; aquí solo basta insistir en la necesidad de contar con la figura de este guía, maestro o padre experimentado, es decir, que haya recorrido este camino antes que nosotros, que haya experimentado el desarrollo de estas etapas, para que su acompañamiento sea una verdadera relación de padre – hijo, maestro – discípulo; transmitiendo una experiencia vivida y no aprendida en la academia.
3. Sobre la transfiguración.
“El tercer estado – en el cual desciende propiamente la gracia al corazón- es el de la gracia que es perfecta y que es un gran don. No te escribo más que esto ya que no es necesario. Si, sin embargo, deseas leer al respecto, escribí, a pesar de mi ignorancia, sobre las energías operantes de la gracia una obra titulada “Trompeta espiritual”. Intenta encontrarla. Compra también los escritos de san Macario en la editorial Schinias, y los de abba Isaac [San Isaac el Sirio] y sacarás mucho provecho. Escríbeme sobre las transformaciones [espirituales] que experimentarás y yo te responderé con mucha diligencia” (P. José).
Afirma Isaac el Sirio (siglo VII)
“Aquél que conduce su contemplación hacia su interior contempla el resplandor del Espíritu; aquél que despreció la disipación contempla a su Señor en el interior de su corazón. Aquél que quiere ver al Señor se aplica a purificar su corazón por un recuerdo ininterrumpido de Dios, de ese modo, verá al Señor en todo momento en el resplandor de su intelecto” (Filocalía pág. 87).
Todas las personas recibimos la asistencia de la gracia divina de forma ordinaria. No obstante, aquellas que transitan el proceso de purificación y han sido iluminadas por la acción del Espíritu Santo, reciben una gracia especial, un don producto de la inefable misericordia de Dios, continúa Isaac el Sirio:
“[…] Franqueando este límite se entra en el éxtasis, no se está ya en las oraciones. Esta es la visión; el espíritu no ora más” (Filocalía pág. 90).
El orante es inundado, desde dentro hacia fuera, por la luz increada; esa luz inaccesible que indica la presencia divina. Es la luz del monte Tabor. Pero nada de esto es producto de nuestro esfuerzo ni de nuestros méritos. Todo es producto de la gracia de Dios y nos tiene que llenar de humildad puesto que es un don inmerecido y despertar en nosotros el temor de Dios, no el miedo sino el temor, es decir, respeto, admiración, veneración.
San Isaac el Sirio llama a este estado de oración, éxtasis o arrobamiento y en algunos casos es acompañada por u8na iluminación del rostro o una luz que envuelve a toda la persona, como a Jesús en el Monte Tabor, es la participación en la luz increada.
“Muchos santos orientales han compartido el misterio de la Transfiguración de Cristo, su rostro y su cuerpo fueron iluminados con la luz divina, como lo fueron el rostro y el cuerpo del Salvador, sobre el Tabor. San Serafín de Sarov (1759 – 1833) constituye un ejemplo particularmente sorprendente de este hecho” (El arte de la oración, pp 34).
El Reinado de Dios se establece en el corazón del orante, por gracia no por esfuerzo personal; entones, se produce una espiritualización del ser humano integral, de su cuerpo y de su alma, experimentando la presencia de Dios de una forma continua; la habitación de Nuestro Señor Jesús Cristo en su interior y el fin de las pasiones que se manifiestan a través de nuestros pensamientos y sentimientos desordenados. De ellas da cuenta Evagrio Póntico en su obra “Sobre los ocho espíritus malvados” y San Nilo de Sora en su obra “Regla monástica”.
La transfiguración es la recuperación del paraíso perdido a través de la identificación con el nuevo Adán, Jesús Cristo, el Señor nuestro. Es la deificación de la naturaleza humana por acción de la gracia divina; es decir, que el ser humano, luego de ser habitado por la sustancia divina, conserva su individualidad inviolable de su propia sustancia. San Agustín de Hipona (siglos IV – V) afirma:
“Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios”
Esta afirmación tiene su orígen en una homilía de San Ambrosio de Milán (siglo IV) que afirmaba:
“Entonces una virgen concibió en su seno y el Verbo se hizo carne para que la carne se hiciera Dios”.
Estos conceptos no son ajenos a la patrística tanto de oriente como de occidente. San Gregorio Nacianceno (siglo IV) afirma:
“El Hijo de Dios acepta la pobreza de mi carne a fin de hacerme entrar en posesión de las riquezas de su divinidad. Aquel que es la plenitud de la vida se anonada; se despoja de su gloria a fin de hacerme participante de su propia plenitud” (Homilía de Navidad).
San Cirilo de Alejandría (siglo IV – V) dice:
“El Verbo, que procede de Dios Padre, ha nacido como nosotros, según la carne, a fin de que nosotros, también por el Espíritu, podamos nacer de Dios” (Tratado contra Nestorio)..
San Agustín de Hipona:
“¿Qué gracia más señalada hubiera podido Dios hacer brillar ante nuestros ojos? Él tiene un Hijo único y le ha hecho hijo del hombre; y, en retorno, por ello mismo, ha hecho de un hijo del hombre un hijo de Dios” (Homilía de Navidad).
San León (siglo IV – V):
“El Hijo de Dios ha venido a destruir las obras del demonio. Él se ha unido a nosotros y a nosotros nos ha unido a él; y, así, el descenso de Dios a lo humano ha provocado el ascenso del hombre a lo divino” (Homilía de Navidad).
Conclusiones
“Y yo, de mi lado, tengo la sed de ser útil a cada hermano que quiere ser salvado. Entonces, mi querido y más que cariñoso hermano, abre bien tus grandes orejas. La predestinación del hombre, desde que ha nacido a esta vida, es la de encontrar a Dios” (P. José).
Todos los grandes místicos, tanto de oriente como de occidente y en todas las épocas son coincidentes: toda la vida humana es una constante búsqueda de Dios. Pero para quienes optamos por la vida hesicasta esa búsqueda se transforma en una necesidad vital y lo hacemos a través de la práctica constante de la Oración de Jesús. A continuación les comparto, a manera de conclusión, una treintena de recomendaciones que dan los Padres hesicastas a principiantes.
1. La meditación, es decir, la práctica de la Oración de Jesús es el camino a la oración interior, convirtiéndose en el centro de nuestra vida espiritual y nuestra práctica ascética.
2. Es una práctica progresiva que requiere de la perseverancia para enfrentar los altibajos en el camino espiritual.
3. Arriesgarnos a iniciar este camino o peregrinación interior, a pesar de las dificultades del inicio, tiene resultados abundantes y rápidos.
4. Debemos tener cuidado con las prácticas exteriores, pueden confundirnos y conducirnos a abandonar la oración ante las primeras dificultades.
5. La meditación, es decir, la práctica de la Oración de Jesús es una herramienta para tomar consciencia de nosotros mismos, para reconoceros y aceptarnos, asumirnos imperfectos y pecadores; no solo decirlo con nuestros labios, sino sentirlo, creerlo.
6. Reconocernos y aceptarnos tal como somos, nos abre a compunción como estado de arrepentimiento pero también de gozo por el perdón recibido, puesto que nos reconocemos pecadores perdonados, depositarios de una gracia inmerecida.
7. Experimentar el amor incondicional de Dios como gracia inmerecida promueve en nosotros el surgimiento del temor de Dios, no en cuanto miedo, sino en cuanto respeto, admiración, veneración.
8. La experiencia del respeto y la admiración por Dios, acompañada por la meditación, es decir, la práctica de la Oración de Jesús, nos motiva a vivir teniendo presente a Dios en nuestra vida cotidiana: al hablar, al leer, al trabajar, etc.
9. La oración incesante a la que nos conduce la meditación es vivir constantemente en la presencia de Dios.
10. La meditación, es decir, la Oración de Jesús es simple. Basta con tener fe en el Señor Jesús Cristo, confianza en su amor hacia nosotros, conciencia de nuestra realidad humana y de su realidad divina, diferencia que no nos aniquila sino que nos sana y nos libera.
11. Requiere el hábito de oración, el recuerdo del Señor Jesús Cristo, el sentirnos necesitados de Él, el temor no como miedo sino como respeto, admiración, veneración.
12. Requiere que ella se instale en nuestro interior, en nuestros pensamientos y sentimientos.
13. El estado de oración no es producto de una u otra técnica, del ejercicio de la respiración o de la posición, por ejemplo, sino que es la gracia, don gratuito e inmerecido de Dios, que genera el estado de oración.
14. La fe está por encima de la técnica.
15. A orar se aprende orando. Pero cuidado con la rutina, con la monotonía. Es necesario vigilar.
16. La meditación, es decir, la práctica de la Oración de Jesús requiere práctica y esfuerzo, rutina y disciplina, tiempo y perseverancia, vigilancia y combate.
17. El combate o lucha es contra los recuerdos y pensamientos que se generan en nuestro intelecto, contra los deseos y los sentimientos que se generan en nuestro corazón.
18. La invocación debe de ser breve, corta puesto que ayuda a la atención, contribuye al recuerdo de Dios, combate los pensamientos poniendo fin al vagabundeo, promueve el pensamiento único, el intelecto se simplifica y unifica, promueve el amor.
19. El sentimiento de amor a Dios que se despierta en nosotros nos mueve a hacer su voluntad.
20. Las palabras solas están vacías, carecen de sentimientos. La recitación de la Oración de Jesús, requiere que nuestros pensamientos y sentimientos estén vueltos a Dios.
21. Requiere invocar al Señor Jesús Cristo con fe incondicional; con la certeza de su cercanía; sabedores de que ve y entiende, escucha y responde.
22. El poder de la oración proviene de nuestra fe en Jesús Cristo, de la unión de nuestro intelecto y nuestro corazón con Él.
23. La oración vocal es un soporte para la oración interior. Es importante recitarla sin representaciones mentales, sin ninguna imagen creada en nuestro intelecto.
24. La oración vocal es solo un instrumento, pero, un instrumento poderosísimo, pues estamos invocando el Santo Nombre del Señor Jesús Cristo, ante quien, como asegura la carta paulina a los filipenses, “toda rodilla se dobla”.
25. Durante la oración, el esfuerzo es la única cosa que aportamos, el resto es obra de la gracia, tanto la unión del intelecto con el corazón, como la oración incesante, todo proviene de la gratuidad de Dios.
26. Recuerden que el progreso en la vida espiritual y en la práctica de la oración no tiene fin.
27. La Oración de Jesús es una confesión de fe, puesto que invocamos a Jesús como Señor, como Cristo – Mesías – Ungido – Elegido, e Hijo de Dios: “Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios”; pero también es una súplica confiada: “ten piedad – compasión – misericordia de mí”.
28. La meditación, es decir, la práctica de la Oración de Jesús requiere necesariamente que la persona principiante recurra a la paternidad - maternidad espiritual de una persona experimentada en dicha práctica.
29. La meditación, es decir, la práctica de la Oración de Jesús requiere de humildad para evitar la vanagloria, atribuyendo los logros o progresos en la vida espiritual al amor incondicional y a la gratuidad de Dios y no a nuestro esfuerzo.
30. Las personas que no se esfuerzan en la meditación no alcanzan la purificación y la comunión con Dios, al igual que quienes se dedican con mediocridad y negligencia.
Fuentes
Dos cartas sobre la Oración de Jesús del P. José el hesicasta. PDF bajado de internet.
El arte de la Oración. Compilación efectuada por el Higumento Chariton de Valamo. PDF bajado de internet.
El monacato primitivo: Garcia Colombás. Editorial BAC. Segunda edición. Madrid, 2004.
Regla de San Benito: García Colombás – Iñaki Aranguren. Editorial BAC. Tercera edición. Madrid, 2000.
Regla monástica de San Nilo de Sora: Cuadernos Monásticos Nº 53, 1980 pp 227 – 259.
Relatos de un peregrino ruso. Anónimo. PDF bajado de internet.
Sentencias de los Padres del desierto. Ordenadas por temas. PDF bajado de internet.
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