Itinerario Monástico - Una propuesta de vida eremítica para el siglo XXI.
Itinerario Monástico, es una pauta más que una regla, para llevar adelante esta experiencia monástica que emprendemos desde la IADC que se caracteriza por ser eremítica y urbana.
La identificamos con la experiencia de Emaús. El Señor Resucitado se manifiesta a sus discípulos bajo esas dos misteriosas realidades: la Palabra y la Eucaristía.
No fue en una más que en la otra. No primó una sobre la otra. Jesús se reveló como el Mesías anunciado en la Palabra y se entregó como el Mesías prometido en la Eucaristía; por eso, este proyecto monástico, impregnado por el Acontecimiento Pascual le llamamos Ermita Emaús.
“El monje debe su nombre, en primer lugar, al hecho de estar solo (monos) puesto que […] se aparta, interior y exteriormente del mundo […] En segundo lugar, es llamado monje porque ora a Dios con una oración ininterrumpida, para purificar su espíritu de los numerosos pensamientos [… ] permaneciendo puro e íntegro” (atribuido a Seudo Macario, siglo IV).
La vida monástica es un fenómeno que atraviesa toda la historia y todas las religiones, por lo tanto, es parte de nuestro testimonio profético hacia la Humanidad del siglo XXI presentarla actualizada.
Por eso, la vida monástica está inserta en la historia de la Iglesia en cuanto Comunidad Enviada (Mt. 5,14-16) y en la historia de la Humanidad en cuanto Comunidad Destinataria (Ap. 19,7; 22,17).
Los monjes y las monjas buscamos la presencia Divina porque es el destino al que la Humanidad está convocada (Ef.1,4; 4,1). Nos encaminamos con fe tras la Promesa (Heb. 11) en ese encuentro (2Pe. 3,13) mientras intentamos descifrar la huella Divina (Gn. 1,26-27) en el encuentro cotidiano con quienes son su sacramento (Mt. 25,31-40; 1Jn. 4,20). En esos encuentros nos despojamos de todo los que nos impide ese contacto (Ex. 3,5), reconocemos que estamos frente a un Misterio y adoramos la Presencia Misteriosa (1Re. 19,13) y entramos en diálogo con ella (Ex. 3,4-4,17; 1Re. 19,14-18; 1Sam. 3,1-14). Esa búsqueda, encuentro y diálogo se hace solidaridad en el compartir cotidiano (Gn. 18,1-8).
“Cinco obras contribuyen para que alcancemos la benevolencia divina: la oración pura, el canto de los salmos, la lectura de los divinos oráculos del Espíritu, el recuerdo –unido a la pena del espíritu- de los pecados, de la muerte, del gran Juicio, el trabajo de las manos” (atribuido a Evagrio Póntico, siglo IV).
1. Vivimos la vida monástica, inserta en el medio donde residimos: en la ciudad, la periferia o el campo.
2. Nos esforzamos en buscar el silencio interior cuando los ruidos del entorno invaden nuestro espacio.
3. Queremos vivir la vida monástica en servicio a la Iglesia y a la sociedad y en obediencia al Espíritu como responsabilidad personal.
4. Intentamos que nuestra vida cotidiana sea una vida de oración. Una oración encarnada en la realidad en que vivimos a través del Oficio Divino, la Lectio Divina y la Eucaristía atravesadas por la Oración de Jesús.
5. Nuestro lugar de residencia es sencillo y sobrio.
6. Nuestro hábito es una forma sencilla y práctica de vestir de acuerdo al clima y a las costumbres del lugar, para poder realizar nuestras actividades.
7. Trabajamos para vivir y compartimos con nuestro pueblo la jornada laboral.
8. El salario que generamos lo utilizamos en la subsistencia y destinamos un porcentaje para actividades de solidaridad y compromiso, practicando la solidaridad con aquellas personas que más la necesitan porque en ellas vemos el rostro divino.
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